domingo, 2 de septiembre de 2007

Hoyóscopos

Marco Menéndez
“Si creías que estabas en el hoyo, recuerda que aún te queda el destino”


ARIES
(22 de marzo – 20 de abril)
Procura conservar a tus amigos, no los alejes con tu mal sentido del humor ni con tu seriedad. Cuidas tu imagen, lo que puede atraer a una persona del sexo opuesto. Si es del mismo sexo no debes preocuparte, las artes amatorias son cuestión de práctica. Es momento de desbordar tu pasión. Ten cuidado con juegos de asfixia. Los encuentros con la ley son probables. Haz uso de tu capacidad para mentir y aparentar.

TAURO
(21 de abril – 20 de mayo)
Sufrirás el ridículo público. Retoma algún vicio pero procura no salir a la calle si te encuentras bajo el influjo de alguna sustancia que altere tu estado mental. Si bien tienes la facultad natural de conquistar la voluntad de las personas, cuida de no enfermarte con el poder. Retoma las actividades militares, son un buen ejercicio de disciplina.

GÉMINIS
(21 de mayo – 21 de junio)
El olvido suele ser una excelente terapia. Basta con deshacerse de un poco de memoria para aligerar la carga. Descuida, a nadie le importa lo que olvides. Prende fuego a todo lo que te estorba, literalmente. Tus actos son vacíos, insípidos e inútiles. Los árboles son tus mejores amigos, pero no se llevan bien con las sogas. Tú también serás olvidado.

CÁNCER
(22 de junio – 22 de julio)
No dejes aquello que completa tu día. Toma tu revista, hojéala un poco, bebe tu cerveza y lleva a cabo todos esos juegos que te hacían feliz de niño. Aunque andar espiando a los demás no es una actividad aceptada socialmente, haz gala de tu facilidad para huir y esconderte. Una puñeta a tiempo puede evitar posteriores intentos de violación.

LEO
(23 de julio – 22 de agosto)
Las lágrimas que derramas por la ausencia sólo profundizarán aún más tu tristeza. Aléjate de esas amistades, de tu familia y de todo lo que te rodea. Confía en tu voz interior y en aquellas imágenes de redención que sólo tú eres capaz de ver. Deja de creer en el mundo exterior, es una mala costumbre. Mantente alejado de objetos afilados, los demás podrían sufrir un accidente.



VIRGO
(23 de agosto – 22 de septiembre)
Las putas son una buena compañía para desahogarte de aquello que te ha estado molestando desde hace tiempo. Deposita tu confianza en ellas y ríndeles alguna ofrenda de vez en vez; ellas también necesitan vivir. Llegará a tus manos un libro de Schopenhauer, no lo leas. Despedirse de todos es un acto de megalomanía, vete así, sin más.

LIBRA
(23 de septiembre – 22 de octubre)
Éxito en negocios ilícitos. Procura evitar la burocracia y arreglarte con la autoridad de la mejor manera posible. Recuerda que los regalos son una buena forma de ganar amigos. Si eso no funciona, hazte el desentendido. No involucres negocios con placer, mantén la brecha entre ambos y recuerda que “tu mejor amigo es un peso en la bolsa”.

ESCORPIÓN
(23 de octubre – 21 de noviembre)
Eres una persona proactiva. Siempre tratas de sacar lo mejor de todas las situaciones. El éxito y la felicidad están a tu alcance. Sigue dedicándole tiempo a tu familia, a tu pareja, a tus amigos y a tu trabajo. Levántate todos los días a solucionar problemas; tu iniciativa es una excelente herramienta para pisotear a los demás.

SAGITARIO
(22 de noviembre – 21 de diciembre)
Tienes una fuerte tendencia a las adicciones. No experimentes con depresores del sistema nervioso; el alcohol y los antidepresivos no suelen ser una buena combinación. Sólo a algunas personas les va el alcohol, a ti definitivamente no. Busca un aliciente en otros lados: Valium, Tafil, Stilnox, Anapsique. Cualquiera de los anteriores te ayudará a encontrarte a ti mismo, en el sueño.

CAPRICORNIO
(22 de diciembre – 19 de enero)
Controla tu temperamento. Esos arranques de ira que tienes pueden resultar en accidentes que no deseas. Cuando te enojes y empiece a brotar tu agresividad, cierra tus ojos, contrólate, respira profundamente, cuenta lentamente hasta diez y abre los ojos poco a poco. ¿Verdad que todo desaparece de inmediato?

ACUARIO
(20 de enero – 18 de febrero)
En estos días, sufrirás algún contratiempo relacionado con tu aparato digestivo. Presta atención a lo que trata de decirte. Podrías descubrir intertextualidades entre esos “grrr” que lanza tu estómago de vez en vez. Los negocios con amigos pueden traerte problemas por posibles fraudes. Desconfía de ellos.


PISCIS
(19 de febrero – 21 de marzo)
No encontrarás solución a esos problemas que tanto han invadido tu mente. Tu sensibilidad al mundo le vale madre. Alíneate a cualquier tradición cultural, confórmate, procura no romper las reglas en tu afán de descubrir nuevas posibilidades. Date cuenta, de una vez por todas, que la vida es un mojón imposible de limpiar.

viernes, 31 de agosto de 2007

Seamus Heaney, Al buen entendedor, ensayos escogidos, Selección y traducción de Pura López Colomé, FCE, 2006

Alexis de Ganges

Al buen entendedor es un libro de ensayos sobre poesía que muestra los territorios en que se ha movido Seamus Heaney a lo largo de su carrera. En conjunto forman la poética del escritor irlandés que ganó el cuarto premio Nobel para Irlanda en 1995 (después de Shaw, Yeats y Beckett). Heaney expone temas que le son familiares: vivir de una lengua injertada y sentir la nostalgia por el antiguo gaélico, la lucha de los nacionalistas irlandeses por librarse del Imperio Británico o los poetas irlandeses como buscadores de un nuevo destino que les haga olvidar los traumas del pasado.
Aunque podría objetarse a algunos textos que contengan temas relativamente alejados del lector en lengua española (aunque el libro está dedicado “A mis amigos en México. Que atentos, alientan la obra”). Sin embargo, la prosa del poeta irlandés contiene tantas cualidades de su poesía (cristalina efervescencia, visión pura del paisaje, abundantes metáforas) que la narración de su juventud y la descripción de los verdes paisajes de Irlanda no resultan tediosas. Al contrario, es como descender a su memoria y encontrar los orígenes de su poesía.
El libro está dividido en cuatro partes; cada una con un artículo central. La primera parte consta de cuatro artículos que representan los aspectos más personales en la obra y el aprendizaje del poeta irlandés. “Enseñanzas de Eliot” cuenta los diversos acercamientos de Heaney a la obra poética del autor de Cuatro cuartetos. Para Heaney, muchas de las enseñanzas tienen que ver con que: “En el ámbito de la poesía, como en el de la conciencia, las enseñanzas posibles que pueden acontecer no tienen fin. Nada resulta conclusivo, el descubrimiento más gratificantes es huidizo, el sendero del logro positivo conduce a la vía negativa” (29).
“Ganarse la rima” expone la dificultad de traducir un texto y los avatares para verter el Buile Subvine (un texto del irlandés medieval), al inglés. “Poetizar y profesar” se refiere de la experiencia docente de Heaney y la dificultad de interesar a los estudiantes en la poesía. Pero el artículo central se titula “Escrito para los míos”, un texto autobiográfico que narra la infancia del autor en Castledawson y las tempranas visiones que nutrieron su poesía. La segunda y tercera parte del libro contienen ensayos sobre diversos hechos que afectan directa o indirectamente a la poesía (o son afectados por ella), y estudios sobre autores que influyeron a Heaney. En el primer aspecto destaca el ensayo “Envidias e identificaciones, Dante y el poeta moderno”, un recuento de las diversas reacciones que ha suscitado la obra del poeta.
Una obra se nutre de otras obras. Esta aparente perogrullada no es tal si pensamos que hay muchas maneras en que esto ocurre. Heaney se nutrió tanto de la tradición literaria irlandesa e inglesa como de poetas de otras latitudes. Hay un texto sobre W.B. Yeats, cuyo encierro al final de su vida en una torre es motivo de controversia en el ensayo “El lugar de la escritura”. También Philiph Larkin y Thomas Kinsella son motivo de sendos ensayos. Por otra parte, Heaney se muestra generoso con los nuevos poetas. En “Ubicación y desubicación”: poesía reciente en Irlanda del Norte, habla con entusiasmo de Derek Mahon y Paul Muldoon. Para Heaney, ellos están obligados –como Jung señalaba en un ensayo–, a buscar intereses más elevados para problemas irresolubles. A fin de cuentas, “El poeta está atenazado entre la política y la trascendencia, y con frecuencia se halla desubicado de la confianza en una posición en particular, merced a su disposición para ser proclive a todas las posiciones, más negativa que positivamente aptas” (74).
Hay un ensayo sobre Milosz, a quien se llama un poeta secular: “Nacido en Lituania en 1911, Czeslaw Molosz encarna a nuestro poeta secular no sólo por ser coetáneo del saeculum mismo, sino porque la palabra ‘siglo’ aparece una y otra vez a todo lo largo de su obra”. Pero los mejores artículos sobre poetas son: “¿Dylan el perdurable? En torno a Dylan Thomas y Joseph Brodsky, 1940-1996”. El primer ensayo es una profusa recapitulación de la poesía de Dylan Thomas. Heaney revela su deuda y analiza algunos de sus poemas más logrados. El texto sobre Brodsky es un obituario al poeta ruso que ganó el premio Nobel en 1987 y que debió exiliarse en Estados Unidos, después de ser encarcelado y vejado por el régimen comunista. Heaney escribe este pequeño texto en que rememora a su amigo: “la intensidad y audacia de su genio, aunada al puro placer de estar en su compañía, le impedía a uno pensar en la amenaza que se cernía sobre su salud” (201).
Dos textos cierran el libro. El primero es un análisis del “Beowulf”, poema escrito en inglés antiguo a finales del primer milenio. El autor nos explica por qué considera una obra literaria este poema épico, aunque para un lector moderno sea más difícil de entender que la Iliada o la Odisea, especialmente por los extraños nombres. Y aunque al principio los académicos se preocupaban más por cuestiones lingüísticas y filológicas, sería un famoso autor conocido por su mítica trilogía –J.R.R. Tolkien– quien con su artículo “Beowulf: Los monstruos y los críticos”, contribuiría a darle estatus literario al poema. “Tolkien asumía que el poeta había procedido a tientas por entre el material heredado –los elementos fabulosos y los relatos tradicionales de un pasado heroico– y, por medio de una combinación de intuición creativa y estructuración consciente, había logrado una unidad de efecto y un orden equilibrado” (229).
Después Heaney nos cuenta la odisea que para él representó traducir “Beowulf” del inglés antiguo al contemporáneo. Sus confesiones son interesantes para quien se interesa en traducir poesía: “Una cosa es hallar equivalentes léxicos para las palabras y acompañarlos de un sentimiento en torno al metro, y muy otra cosa hallar el diapasón que dará la nota y el timbre para la música general de la obra. Sin una cierta melodía sentida o prometida, resulta simple y sencillamente imposible para un poeta establecer el derecho de paso del traductor para entrar al texto y circular por su territorio” (246).
El libro cierra con el discurso de aceptación del Nobel: “Certidumbre de la poesía”. Texto lleno de confesiones y sabias palabras. El laureado que nunca pensó estar en ese sitio de honor, relata su infancia en Derry y lo que significó crecer entre las bombas lanzadas por los nacionalistas y vivir en un lugar en el mundo que “se enorgullece más de sus desvelos y su realismo, o se considera más calificado para censurar cualquier brote de retórica o aspiraciones extravagantes” (256). Al mismo tiempo buscaba en la poesía una certidumbre ante el relativismo, como expone en un verso: “caminar por los aires, a contracorriente de tu buen juicio” (254).
Al buen entendedor abarca artículos de 1971 a 2001, fiel reflejo de cómo las opiniones, el quehacer poético y las convicciones políticas del escritor han ido modificándose. Sin embargo, algo permanece inalterable. La certidumbre de que la poesía tiene “el poder de persuadir a esa parte vulnerable de nuestra conciencia de su bondad, a pesar de la evidencia de maldad a todo su alrededor” (271).

J. M. Coetzee (Traducción de Javier Calvo), Random House Mondadori, España, 2005, 259 pp.

Marco Menéndez

A diferencia del medroso Paul de Hombre lento, un renco brincaba por la calle cuando vio del otro lado una mujer hermosa. A su paso le grita: ¡Mamita! La mujer, molesta por la rudeza de aquel hombre, responde al piropo: ¡Cojo feo! El hombre del muñón a la altura de la rodilla no se queda perplejo o regañado sino que también contesta: ¡Yo te enseño! Si los dos partieron a conocerse es algo que a mí no me incumbe pero hago notar el empuje -con la respectiva distancia-, la ausencia de titubeo.
En la novela de Coetzee, cuando Elizabeth Costello dice a Paul Rayment: “¡Monte una escena como es debido! ¡Dé una patada en el suelo!”, no es más que la invitación a volver a la actividad, a dejar de pensarse las cosas o como diría Cortázar en ¿Qué tal, López?: “Lo verdaderamente nuevo da miedo o maravilla. Estas dos sensaciones igualmente cerca del estómago acompañan siempre la presencia de Prometeo; el resto es la comodidad, lo que siempre sale más o menos bien; los verbos activos contienen el repertorio completo”. Pues el resto es donde habita Paul.
Perdió una pierna en un accidente, víctima de la imprudencia de un joven mientras paseaba por Magill Road en su bicicleta. La amputación no es el fin del mundo, le dicen todos, pero desde ese primer momento, Paul adopta un aire de autocompasión y la novela parecería girar alrededor del lugar común de la vejez: las taras, el trato infantil, el enfrentamiento con los últimos días, la oposición con la juventud; el flagelo. Parecería gritar al mismo tiempo con Cioran, otro extranjero en tierra ajena: “¿Quién podría certificar que mi vecino sufre más que yo mismo, o que nadie ha sufrido más que el Cristo?”, pero es que la autoconmiseración ha perdido estatus en nuestra vida cotidiana, así que el tono confesional sin ánimo de chisme de Paul se agradece. La experiencia migratoria de un francés viviendo en Australia desde pequeño y que además de no tener un hogar, “No formo parte del nosotros de nadie”, no conoce la pasión: dos formas de exilio.
El narrador no muestra signos de intromisión. Una tercera persona que es meramente un observador, pero con una omnisciencia parcial que parece provenir de un eco en la mente de Paul. Aún así permanece sobrio, sin adjetivar y sin caer en el juicio. Coetzee hace uso de un recurso en el que entrecomilla algunas palabras a lo largo del texto, pero para funciones que a veces enuncian lo que hubiera querido decir Paul, en otras condensan el sentimiento del protagonista, y en otras encierran la atmósfera.
Por otro lado, la visión del mundo en Coetzee podría traducirse en una distancia que impone el mundo contemporáneo y que brota en el trato del personal médico en el hospital: llenar formatos, el seguro, la asistencia social, el trámite y la burocracia entronada. Un mundo hasta donde la risa se ha vuelto terapia. Después de una enfermera que lo trata de bebé, llega para cuidarlo Marijana Jović, una croata madre de tres. Paul se enamora de ella y para conquistarla hace un intento por comportarse a la altura de las circunstancias y abandonar la voz lastimera que inunda la primer parte del texto, al tiempo que busca apropiarse de la familia Jović a través de un decir a medias. Se empeña en atraer –incluso quiere pagarle la escuela- al hijo de la croata, Drago, en el que busca un sustituto del que nunca tuvo. Alguien que también lo impele a elegir. La relación con la enfermera croata le va despertando de su letargo y le llena del deseo que no conocía. Sin embargo, el marido de Marijana representa un obstáculo.
La profundidad psicológica del protagonista se hace más vasta y muestra un hombre que habla con la solemnidad de alguien que se toma demasiado en serio, pero cuyos verdaderos sentimientos y pensamientos se ocultan tras frases de libro. Decir a medias que evidencia sus contradicciones. Por eso Paul sopesa sus palabras: pone cada una en el lugar adecuado por miedo a decir lo que en realidad desea expresar.
Dominado por su melancolía de anciano disminuido, divorciado y sin hijos, recibe la visita de Elizabeth Costello –la escritora protagonista de la anterior obra de Coetzee, ¿desdoblamiento suyo?- que lo saluda con el primer párrafo de Hombre lento. Ella es la autora de la novela que incluye a un Paul Rayment minusválido y pusilánime que no puede decidirse. Un juego literario que atrae la expectación y logra un giro formal que da un vuelco a la historia e involucra de lleno al lector. Tal vez una separación abrupta entre ficción y realidad –lo que signifiquen- o una realidad en la que deberíamos conmocionarnos más seguido a través de la ficción. Porque ya no sólo se trata de una pierna menos y la carga de la vejez sino de un empuje: “Viva como un héroe. Eso es lo que nos enseñan los clásicos. Sea un personaje protagonista. De otra forma, ¿para qué sirve la vida?”. Y al narrador ecuánime y preciso de las primeras páginas se agrega la Costello con sus reprimendas y consejos dosificados a lo largo de la obra, pero que en algún momento se tornan tediosas por su autoritarismo moral o que podrían relacionarse con materia de autoayuda. El respeto por la individualidad de Paul se ve sometido al juicio vital de la anciana, pero en la intromisión se nota un ensanchamiento de conciencia sobre Paul y su diatriba. Sin embargo, la aparición de quien supuestamente escribe la obra no está libre de ambigüedades. Cada personaje elige su destino o al menos eso sugiere el desconocimiento que muestra Elizabeth sobre el futuro de Paul. Quizá un atisbo de lo que J.M. Coetzee piensa sobre el autor: ¿acaso un demiurgo ignorante?
Paul y Elizabeth parecen no llevarse muy bien por la invasión íntima a la que él se ve expuesto y que la autora exhibe, pero de a poco la Costello va perdiendo piso y se muestra nerviosa ante el empuje que Paul tenía en sí mismo y que se permite mostrar de vez en cuando. “La cuestión es sacar al corazón de su escondite”, le invita la escritora. Salir del exilio vital que tanto hace a Paul repetir “si hubiera”.
Coetzee conecta la obra a través de preguntas sin respuesta –desde el reclamo de Paul por su ropa tras el accidente, si alguna mujer le ha tomado el pelo, hasta el cuestionamiento sobre lo verdaderamente grave- que aumentan en su profundidad conforme la historia se hace más compleja y los personajes más densos, cuando abandonan la liviandad del cliché sobre la vejez e irrumpe la Costello; aparición que hace de gancho al pez. Creo que el lector no deja de asombrarse ante la visita de la anciana y lo que desata en el renco Paul, si ella escribe, o la pasión que mueve a los seres humanos, si él decide elegir.
El premio Nobel, también un extranjero radicado en Australia, logra una novela vigorosa de desdoblamiento literario, al tiempo que explora la posible caída en una catatonia de vida. Corolarios imprescindibles como la vejez, el cosmopolitismo o la condición de extranjero, son de igual manera tratados con hondura y en ocasiones, no faltos de ironía y humor.
Creo que Jim Morrison podría coincidir con la Costello cuando en An American Prayer, también invitando, dice: “Did you have a good world when you died? / Enough to base a movie on?”.

Enrique Serna, Fruta verde, Planeta, México, 2006, 310 pp

Por Alexis de Ganges

Fruta verde, bolero de Luis Alcaraz, es la música de fondo en cada página de la última novela de Enrique Serna. Es la canción que Mauro utiliza para hacer caer las últimas defensas de Germán, después de que todos los medios para seducirlo han fallado. Y es que el bolero, género romántico por antonomasia, puede vencer todas las barreras, incluida la que separa lo “aceptado” de lo “prohibido”, quizá el tema principal de esta novela. Los personajes se hallan constantemente al filo de la navaja, con un pie dentro de sus valores y convicciones y las acechanzas del deseo. La misma letra del bolero parece exponer este punto de no retorno en el que, una vez probada esa “fruta verde”, ya no hay vuelta atrás:

“Sabor de fruta verde
De fruta que se muerde
Y deja un agridulce de perversidad
Boca de manzana, boquita que reza,
Pero que si besa
Se vuelve mala mala…”

Aquí tenemos el Serna más irónico, pero al mismo tiempo más introspectivo. Después de sus novelas históricas ubicadas en el siglo diecinueve y en la colonia regresó a temas que le son familiares: el “amable” mundo literario de El miedo a los animales, la amarga autoironía de Amores de segunda mano o el ojo crítico a la monjigatería y la represión sexual de El orgasmógrafo. se combinan para tejer una telaraña alrededor de tres personajes que, sin darse cuentas, ven cómo todo aquello de lo que estaban seguros se va desmoronando ante las trampas que el deseo les pone a cada paso. En el transcurso hay de todo: cursilería, amores de juventud frustrados, hipocresía, erotismo, seducción. En pocas palabras, un bolero a tres voces, de trescientas páginas y al ritmo de una sintaxis ligera y musical.
La novela está formada por veinte capítulos y una “ofrenda” o coda, escrita por Germán muchos años después de los acontecimientos que constituyen el núcleo de la narración. El narrador es un maestro de ceremonias que apenas se hace notar, dirigiendo las tres voces y describiendo brevemente los escenarios en donde transcurre la narración (el principal, la casa donde viven Paula y sus hijos, en la calle Bartolache, en el D.F. Ahí a Germán le ha ocurrido “lo mejor y lo peor de su vida”). Como si debiera expiar sus culpas, cada personaje tiene su “confesionario” en donde expone frustraciones, deseos e insatisfacciones. Paula habla ante el retrato de Manuela, su madre de España, y muestra su alternancia interna entre la absurda fidelidad a una rígida moral de la que ni siquiera conoce el origen y una profunda insatisfacción por no disfrutar de los placeres de la carne. A la mujer por la que su esposo la dejó la llama “chupapitos”, pero se indigna cuando su segundo hijo le sugiere que debió haberle chupado el pito si quería conservarlo. Maura es un personaje muy complejo, dividida entre su reprimida y un rígido deber ser. Como expone el epígrafe de Jaime Sabines con que inicia la novela: “Todas las madres son criaturas de nuestros sueños”. Ama a Germán pero no soporta que madure.
Su mayor prueba ocurre cuando Pavel, amigo de su hijo, valiéndose de tretas diversas (un conejito, la novela de Vargas Llosa La tía julia y el escribidor) intenta seducirla. Ella argumenta la diferencia de edad, pero lo besa en la cocina de su casa, durante una de las concurridas fiestas que organiza cada sábado (clara reminiscencia a “La última visita”, cuento publicado en Amores de segunda mano y dedicado a Carlos Olmos y amigo de Serna, el autor de Cuna de lobos. ¿Algún parecido con Mauro?). Pero las cadenas mentales son fuertes y Paula no consigue romperlas. En cambio se indigna antes las “faltas a la moral” que los otros comenten: Kimberly, una muchacha de Seattle que tiene relaciones con un amigo de su hijo; o su primo de España, acostumbrado a dormir con su esposa y una sobrina adoptiva. También comenzará a tener discusiones con Germán, su hijo mayor, quien está descubriendo el mundo exterior y ya no está dispuesto a acatar ciegamente sus disposiciones.
Germán también tiene su confesionario. La novela misma, como se verá al final, cuando expone sus dificultades para relacionar su relación con Mauro y la vida de su madre, pues se ha enterado muy tarde de la relación entre ésta y Pavel. Pero es en las páginas de su diario donde desnuda su intimidad con un detalle y desenfado que recuerdan a Alan Hollinghurst, el autor de novelas de iniciación homosexual como La estrella de la guarda o La línea de la belleza:

“Yo tengo la culpa de que tú seas mala, boca de chavala que yo enseñé a besar, cantaba Ana María González en la cúspide del frenesí, cuando de pronto Mauro lanzó un sorpresivo asalto a mi verga con una rapidez de cobra. No, por Dios, alcancé a protestar, pero una erección categórica le restó autoridad a mi queja. Caliente y asustado a la vez, intenté una débil y tardía resistencia verbal desmentida por mi quietud. Durante los breves instantes en que Mauro me sacó el pito de la bragueta y se lo metió en la boca, debo haber repetido quince veces la palabra no y ent todo momento mi negativa quería decir sí. Mauro es un mamador excelso, que domina a la perfección el arte de chupar sin morder el glande, y gracias a su destreza bucal la intensidad del placer ahogó mis protestas. Al eyacular no me permitió retirar el pene de su boca y se tragó el semen con avidez, aunque un chisguete blanco demasiado potente quedó embarrado en el brazo del sofá”.

Su dilema es personal y universal al mismo tiempo, puesto que es un joven que, aunque constantemente se diga a sí mismo que ya es adulto, está definiendo muchas cosas aún, entre ellas su sexualidad; situación que Mauro, un dramaturgo tabasqueño venido a menos por las políticas culturales de Margarita López Portillo, aprovecha para seducirlo, valiéndose de sus puntos débiles: el deseo de convertirse en escritor y su avidez hacia todo lo que implique cultura (como las obras de Óscar Wilde); su rebeldía ante los valores burgueses (y por tanto, su aprecio hacia las minorías despreciadas) y su dificultad para relacionarse con las mujeres, que ha comenzado con su decepción por Berenice, la novia que lo dejó por un amigo y que le hace llorar al ver Esplendor en la hierba, de Elia Kazan. Esto lo aprovecha Mauro para acariciarlo, lo cual hace poner furioso a Germán y gritarle “Entiéndelo de una vez. No soy homosexual”. Esta reacción casi hace perder la vida a Mauro, quien en su desesperación por no poder seducir a Germán se lanza a las calles y es linchado brutalmente por unos juniors.
Mauro, al contrario que Germán, tiene mucha experiencia en la vida y en el sexo. Su confesionario es “La chiquis”, director de la agencia de publicidad. Con él habla de cosas superficiales: seducir a “bugas” o heterosexuales, la última aventura con un taxista o los ligues de juventud, pero también de aspectos más profundos, como el deseo de tener una pareja estable. Sin embargo, Mauro contrarresta la frivolidad de su ambiente poniendo a Germán en un altar. Lo desea como una pareja, no como a una aventura. Pero esto le causa serios conflictos. Como dice “Chiquis”, aventureras como ellas no pueden tener estabilidad. Por ello Germán se resigna:

“Necesitaba, quizá, suplir sus carencias en los brazos de un amante sin melindres. Con Germán podría ventilar sueños, compartir pasiones literarias, retroalimentar su creatividad. Para la jodienda más le valía buscarse a otros. Eso significaría tener el alma partida en dos. ¿Pero no había partido también su vocación de escritor? ¿No escribía teatro por necesidad expresiva y televisión para ganar dinero? Pues tampoco en el amor podía aspirar a la plenitud. Ni modo, le había tocado vivir en un país defectuoso, hemipléjico, en donde la gente amaba de perfil, se prostituía a medias, cambiaba de identidad al gusto de su auditorio. Fue a buscar la libreta de teléfonos y marcó el número de Felipe, el sobrecargo.
-Hola, mi cielo. He tenido sueños muy sucios pensando en ti. ¿Tienes algo que hacer mañana en la tarde?”

La narración va, ágilmente, mostrando el aprendizaje de Germán. Del primer capítulo, que muestra a una diligente Paula Recillas mecanografiando un cuento de su hijo, mientras imagina al gran escritor en que se convertirá, hasta las fuertes peleas a causa de los desvelos de Germán, sus amigos, a los que Paula ve con muy malos ojos, sus ideas sociales, sus diferencias sobre la moral y la sexualidad y sobre todo su íntima relación con Mauro, (quien incluso le dedica un libro y le da un sitio de honor en la presentación de su nueva obra de teatro); como en la vida, las aguas parecen volver lentamente a su curso. Pero no de la misma manera. Ellos han cambiado. Se han visto confrontados directamente con la vida y sus contradicciones. La ofrenda es una recapitulación a posteriori, pero ya Germán, Paula y Mauro se ha visto en espejos de cuerpo entero: los mismos seres, pero se han transformado. No se puede decir que el cambio sea bueno o malo. Simplemente son seres con nuevas experiencias. Quizá la mayor virtud de Fruta verde sea mostrarnos el cambio en los personajes de una manera tan natural y en un constante dialogar consigo mismos mientras analizan sus errores: una de las mayores virtudes de la narrativa de Serna.
Fruta verde es una novela provocativa. Lidia con temas difíciles y actuales y sale bien librada. Si en El miedo a los animales el autor ya se había mostrado polémico, con su última novela demuestra que jamás perderá sus mejores cualidades. Ya sea ante la homofobia, la represión sexual o el mundillo cultural, Serna siempre tendrá un as bajo la manga: la ironía despiadada que no deja títere con cabeza. Aunque esta vez unida a un homenaje manifiesto en el último capítulo: Ofrenda a los seres queridos que dejaron una huella imborrable en ¿Germán? ¿Enrique Serna? Aunque las leyes de la narrativa interpongan una barrera entre el autor y sus personajes, queda la pregunta en el aire.