Alexis de Ganges
Al buen entendedor es un libro de ensayos sobre poesía que muestra los territorios en que se ha movido Seamus Heaney a lo largo de su carrera. En conjunto forman la poética del escritor irlandés que ganó el cuarto premio Nobel para Irlanda en 1995 (después de Shaw, Yeats y Beckett). Heaney expone temas que le son familiares: vivir de una lengua injertada y sentir la nostalgia por el antiguo gaélico, la lucha de los nacionalistas irlandeses por librarse del Imperio Británico o los poetas irlandeses como buscadores de un nuevo destino que les haga olvidar los traumas del pasado.
Aunque podría objetarse a algunos textos que contengan temas relativamente alejados del lector en lengua española (aunque el libro está dedicado “A mis amigos en México. Que atentos, alientan la obra”). Sin embargo, la prosa del poeta irlandés contiene tantas cualidades de su poesía (cristalina efervescencia, visión pura del paisaje, abundantes metáforas) que la narración de su juventud y la descripción de los verdes paisajes de Irlanda no resultan tediosas. Al contrario, es como descender a su memoria y encontrar los orígenes de su poesía.
El libro está dividido en cuatro partes; cada una con un artículo central. La primera parte consta de cuatro artículos que representan los aspectos más personales en la obra y el aprendizaje del poeta irlandés. “Enseñanzas de Eliot” cuenta los diversos acercamientos de Heaney a la obra poética del autor de Cuatro cuartetos. Para Heaney, muchas de las enseñanzas tienen que ver con que: “En el ámbito de la poesía, como en el de la conciencia, las enseñanzas posibles que pueden acontecer no tienen fin. Nada resulta conclusivo, el descubrimiento más gratificantes es huidizo, el sendero del logro positivo conduce a la vía negativa” (29).
“Ganarse la rima” expone la dificultad de traducir un texto y los avatares para verter el Buile Subvine (un texto del irlandés medieval), al inglés. “Poetizar y profesar” se refiere de la experiencia docente de Heaney y la dificultad de interesar a los estudiantes en la poesía. Pero el artículo central se titula “Escrito para los míos”, un texto autobiográfico que narra la infancia del autor en Castledawson y las tempranas visiones que nutrieron su poesía. La segunda y tercera parte del libro contienen ensayos sobre diversos hechos que afectan directa o indirectamente a la poesía (o son afectados por ella), y estudios sobre autores que influyeron a Heaney. En el primer aspecto destaca el ensayo “Envidias e identificaciones, Dante y el poeta moderno”, un recuento de las diversas reacciones que ha suscitado la obra del poeta.
Una obra se nutre de otras obras. Esta aparente perogrullada no es tal si pensamos que hay muchas maneras en que esto ocurre. Heaney se nutrió tanto de la tradición literaria irlandesa e inglesa como de poetas de otras latitudes. Hay un texto sobre W.B. Yeats, cuyo encierro al final de su vida en una torre es motivo de controversia en el ensayo “El lugar de la escritura”. También Philiph Larkin y Thomas Kinsella son motivo de sendos ensayos. Por otra parte, Heaney se muestra generoso con los nuevos poetas. En “Ubicación y desubicación”: poesía reciente en Irlanda del Norte, habla con entusiasmo de Derek Mahon y Paul Muldoon. Para Heaney, ellos están obligados –como Jung señalaba en un ensayo–, a buscar intereses más elevados para problemas irresolubles. A fin de cuentas, “El poeta está atenazado entre la política y la trascendencia, y con frecuencia se halla desubicado de la confianza en una posición en particular, merced a su disposición para ser proclive a todas las posiciones, más negativa que positivamente aptas” (74).
Hay un ensayo sobre Milosz, a quien se llama un poeta secular: “Nacido en Lituania en 1911, Czeslaw Molosz encarna a nuestro poeta secular no sólo por ser coetáneo del saeculum mismo, sino porque la palabra ‘siglo’ aparece una y otra vez a todo lo largo de su obra”. Pero los mejores artículos sobre poetas son: “¿Dylan el perdurable? En torno a Dylan Thomas y Joseph Brodsky, 1940-1996”. El primer ensayo es una profusa recapitulación de la poesía de Dylan Thomas. Heaney revela su deuda y analiza algunos de sus poemas más logrados. El texto sobre Brodsky es un obituario al poeta ruso que ganó el premio Nobel en 1987 y que debió exiliarse en Estados Unidos, después de ser encarcelado y vejado por el régimen comunista. Heaney escribe este pequeño texto en que rememora a su amigo: “la intensidad y audacia de su genio, aunada al puro placer de estar en su compañía, le impedía a uno pensar en la amenaza que se cernía sobre su salud” (201).
Dos textos cierran el libro. El primero es un análisis del “Beowulf”, poema escrito en inglés antiguo a finales del primer milenio. El autor nos explica por qué considera una obra literaria este poema épico, aunque para un lector moderno sea más difícil de entender que la Iliada o la Odisea, especialmente por los extraños nombres. Y aunque al principio los académicos se preocupaban más por cuestiones lingüísticas y filológicas, sería un famoso autor conocido por su mítica trilogía –J.R.R. Tolkien– quien con su artículo “Beowulf: Los monstruos y los críticos”, contribuiría a darle estatus literario al poema. “Tolkien asumía que el poeta había procedido a tientas por entre el material heredado –los elementos fabulosos y los relatos tradicionales de un pasado heroico– y, por medio de una combinación de intuición creativa y estructuración consciente, había logrado una unidad de efecto y un orden equilibrado” (229).
Después Heaney nos cuenta la odisea que para él representó traducir “Beowulf” del inglés antiguo al contemporáneo. Sus confesiones son interesantes para quien se interesa en traducir poesía: “Una cosa es hallar equivalentes léxicos para las palabras y acompañarlos de un sentimiento en torno al metro, y muy otra cosa hallar el diapasón que dará la nota y el timbre para la música general de la obra. Sin una cierta melodía sentida o prometida, resulta simple y sencillamente imposible para un poeta establecer el derecho de paso del traductor para entrar al texto y circular por su territorio” (246).
El libro cierra con el discurso de aceptación del Nobel: “Certidumbre de la poesía”. Texto lleno de confesiones y sabias palabras. El laureado que nunca pensó estar en ese sitio de honor, relata su infancia en Derry y lo que significó crecer entre las bombas lanzadas por los nacionalistas y vivir en un lugar en el mundo que “se enorgullece más de sus desvelos y su realismo, o se considera más calificado para censurar cualquier brote de retórica o aspiraciones extravagantes” (256). Al mismo tiempo buscaba en la poesía una certidumbre ante el relativismo, como expone en un verso: “caminar por los aires, a contracorriente de tu buen juicio” (254).
Al buen entendedor abarca artículos de 1971 a 2001, fiel reflejo de cómo las opiniones, el quehacer poético y las convicciones políticas del escritor han ido modificándose. Sin embargo, algo permanece inalterable. La certidumbre de que la poesía tiene “el poder de persuadir a esa parte vulnerable de nuestra conciencia de su bondad, a pesar de la evidencia de maldad a todo su alrededor” (271).
Al buen entendedor es un libro de ensayos sobre poesía que muestra los territorios en que se ha movido Seamus Heaney a lo largo de su carrera. En conjunto forman la poética del escritor irlandés que ganó el cuarto premio Nobel para Irlanda en 1995 (después de Shaw, Yeats y Beckett). Heaney expone temas que le son familiares: vivir de una lengua injertada y sentir la nostalgia por el antiguo gaélico, la lucha de los nacionalistas irlandeses por librarse del Imperio Británico o los poetas irlandeses como buscadores de un nuevo destino que les haga olvidar los traumas del pasado.
Aunque podría objetarse a algunos textos que contengan temas relativamente alejados del lector en lengua española (aunque el libro está dedicado “A mis amigos en México. Que atentos, alientan la obra”). Sin embargo, la prosa del poeta irlandés contiene tantas cualidades de su poesía (cristalina efervescencia, visión pura del paisaje, abundantes metáforas) que la narración de su juventud y la descripción de los verdes paisajes de Irlanda no resultan tediosas. Al contrario, es como descender a su memoria y encontrar los orígenes de su poesía.
El libro está dividido en cuatro partes; cada una con un artículo central. La primera parte consta de cuatro artículos que representan los aspectos más personales en la obra y el aprendizaje del poeta irlandés. “Enseñanzas de Eliot” cuenta los diversos acercamientos de Heaney a la obra poética del autor de Cuatro cuartetos. Para Heaney, muchas de las enseñanzas tienen que ver con que: “En el ámbito de la poesía, como en el de la conciencia, las enseñanzas posibles que pueden acontecer no tienen fin. Nada resulta conclusivo, el descubrimiento más gratificantes es huidizo, el sendero del logro positivo conduce a la vía negativa” (29).
“Ganarse la rima” expone la dificultad de traducir un texto y los avatares para verter el Buile Subvine (un texto del irlandés medieval), al inglés. “Poetizar y profesar” se refiere de la experiencia docente de Heaney y la dificultad de interesar a los estudiantes en la poesía. Pero el artículo central se titula “Escrito para los míos”, un texto autobiográfico que narra la infancia del autor en Castledawson y las tempranas visiones que nutrieron su poesía. La segunda y tercera parte del libro contienen ensayos sobre diversos hechos que afectan directa o indirectamente a la poesía (o son afectados por ella), y estudios sobre autores que influyeron a Heaney. En el primer aspecto destaca el ensayo “Envidias e identificaciones, Dante y el poeta moderno”, un recuento de las diversas reacciones que ha suscitado la obra del poeta.
Una obra se nutre de otras obras. Esta aparente perogrullada no es tal si pensamos que hay muchas maneras en que esto ocurre. Heaney se nutrió tanto de la tradición literaria irlandesa e inglesa como de poetas de otras latitudes. Hay un texto sobre W.B. Yeats, cuyo encierro al final de su vida en una torre es motivo de controversia en el ensayo “El lugar de la escritura”. También Philiph Larkin y Thomas Kinsella son motivo de sendos ensayos. Por otra parte, Heaney se muestra generoso con los nuevos poetas. En “Ubicación y desubicación”: poesía reciente en Irlanda del Norte, habla con entusiasmo de Derek Mahon y Paul Muldoon. Para Heaney, ellos están obligados –como Jung señalaba en un ensayo–, a buscar intereses más elevados para problemas irresolubles. A fin de cuentas, “El poeta está atenazado entre la política y la trascendencia, y con frecuencia se halla desubicado de la confianza en una posición en particular, merced a su disposición para ser proclive a todas las posiciones, más negativa que positivamente aptas” (74).
Hay un ensayo sobre Milosz, a quien se llama un poeta secular: “Nacido en Lituania en 1911, Czeslaw Molosz encarna a nuestro poeta secular no sólo por ser coetáneo del saeculum mismo, sino porque la palabra ‘siglo’ aparece una y otra vez a todo lo largo de su obra”. Pero los mejores artículos sobre poetas son: “¿Dylan el perdurable? En torno a Dylan Thomas y Joseph Brodsky, 1940-1996”. El primer ensayo es una profusa recapitulación de la poesía de Dylan Thomas. Heaney revela su deuda y analiza algunos de sus poemas más logrados. El texto sobre Brodsky es un obituario al poeta ruso que ganó el premio Nobel en 1987 y que debió exiliarse en Estados Unidos, después de ser encarcelado y vejado por el régimen comunista. Heaney escribe este pequeño texto en que rememora a su amigo: “la intensidad y audacia de su genio, aunada al puro placer de estar en su compañía, le impedía a uno pensar en la amenaza que se cernía sobre su salud” (201).
Dos textos cierran el libro. El primero es un análisis del “Beowulf”, poema escrito en inglés antiguo a finales del primer milenio. El autor nos explica por qué considera una obra literaria este poema épico, aunque para un lector moderno sea más difícil de entender que la Iliada o la Odisea, especialmente por los extraños nombres. Y aunque al principio los académicos se preocupaban más por cuestiones lingüísticas y filológicas, sería un famoso autor conocido por su mítica trilogía –J.R.R. Tolkien– quien con su artículo “Beowulf: Los monstruos y los críticos”, contribuiría a darle estatus literario al poema. “Tolkien asumía que el poeta había procedido a tientas por entre el material heredado –los elementos fabulosos y los relatos tradicionales de un pasado heroico– y, por medio de una combinación de intuición creativa y estructuración consciente, había logrado una unidad de efecto y un orden equilibrado” (229).
Después Heaney nos cuenta la odisea que para él representó traducir “Beowulf” del inglés antiguo al contemporáneo. Sus confesiones son interesantes para quien se interesa en traducir poesía: “Una cosa es hallar equivalentes léxicos para las palabras y acompañarlos de un sentimiento en torno al metro, y muy otra cosa hallar el diapasón que dará la nota y el timbre para la música general de la obra. Sin una cierta melodía sentida o prometida, resulta simple y sencillamente imposible para un poeta establecer el derecho de paso del traductor para entrar al texto y circular por su territorio” (246).
El libro cierra con el discurso de aceptación del Nobel: “Certidumbre de la poesía”. Texto lleno de confesiones y sabias palabras. El laureado que nunca pensó estar en ese sitio de honor, relata su infancia en Derry y lo que significó crecer entre las bombas lanzadas por los nacionalistas y vivir en un lugar en el mundo que “se enorgullece más de sus desvelos y su realismo, o se considera más calificado para censurar cualquier brote de retórica o aspiraciones extravagantes” (256). Al mismo tiempo buscaba en la poesía una certidumbre ante el relativismo, como expone en un verso: “caminar por los aires, a contracorriente de tu buen juicio” (254).
Al buen entendedor abarca artículos de 1971 a 2001, fiel reflejo de cómo las opiniones, el quehacer poético y las convicciones políticas del escritor han ido modificándose. Sin embargo, algo permanece inalterable. La certidumbre de que la poesía tiene “el poder de persuadir a esa parte vulnerable de nuestra conciencia de su bondad, a pesar de la evidencia de maldad a todo su alrededor” (271).